Reflexionando acerca de lo
que se ha de aprender hasta llegar a la universidad, en lo que a Educación
Artística se refiere, parece que aunque el sistema actual sea criticable,
dentro de unos parámetros de viabilidad las propuestas que se nos pudieran
ocurrir no distarían demasiado de la educación que tanto nosotros como las
generaciones cercanas hemos tenido. Sí habría matices, encaminados a fomentar
aquella pasión, aquella pasión que parezca asomar de entre la compleja nebulosa
de nuestras inquietudes, y sí que sería importante seguir fomentando sistemas
de educación y de evaluación es lo que tuviera mayor cabida la creatividad y la
imaginación, y no tanto la memoria y el estudio mecánico. Pero, para bien o
para mal, esa responsabilidad cae, más que en el sistema educativo en su plano
más macro, en la actitud y el sistema personal del profesor.
Pero, dejando de lado este
tono tan crudo y tan generalista que me merecen las etapas previas a los
estudios superiores, creo en que el descubrimiento, desarrollo y expansión de
esa pasión podría y debería ser la base, mejor tarde que nunca, en la educación
universitaria. Si la Educación Artística debe enseñarnos a ver, a hacer, a
contextualizar, a aprender a aprender y a criticar, esos deberían ser los
conocimientos que, aunque a lo largo de la carrera se fueran a seguir tratando
y efectivamente por eso, se impartieran en el primer curso. Esas aptitudes,
unidas o englobadas a las materias más generales de una ya específica
disciplina como es el arte (por ejemplo: Historia del arte, Dibujo, Volumen,
Color, etc.) serían los primeros pasos del camino de descubrimiento y
crecimiento que el estudiante/artista habría de seguir, a lo largo de sus
estudios, y del resto de su vida. Poner al alcance de las mentes activas e
inquietas las distintas ramificaciones, las diversas técnicas y corrientes de
las que consta el arte, sería descubrirle el abanico de posibilidades ya
existentes para que él se planteara cuál o cuáles le interesaría abarcar.
Una vez superado ese primer
curso, en el que de una manera más o menos global se le han dado a conocer las
posibilidades que la carrera le plantea y aquellos objetivos que le serían
útiles perseguir, creo que debería ponerse, cuanto antes, a desarrollar aquella
corriente concreta en la que se vea con más fortuna, facilidad o comodidad. Así
que en los siguientes cursos, como mínimo unos tres, emprendería esta labor,
orientado por un tutor conocedor de la rama que el alumno hubiera escogido,
para motivarle, orientarle, y maximizar su potencial, tratando de no despegarle
demasiado los pies de la tierra.
Encontrar el estilo propio,
desarrollarlo y mejorarlo, explotar aquello que lo hiciera especial, exponer y
publicar, deberían ser las metas planteadas y evaluadas por el profesor, en un
simple pero concreto “conseguido” o “pendiente de conseguir”, además de lo que
me parece más importante, no tanto en esta carrera como en todas en su
totalidad: que independientemente, el alumno fuera capaz de forjarse un sentido
crítico.
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